Podemos romper las barreras del espacio y del tiempo. Soñar que volamos como los descendientes de los dinosaurios. Creer en Dios. Amar al prójimo más que a uno mismo. Navegar contra corriente empujados por nuestro caudal de emociones insospechadas. Encontrarnos a fin de año en el lugar preciso que habíamos planeado nosotros y no donde nos figuraban los demás. Hemos descubierto por qué brillan las estrellas desmenuzando la naturaleza átomo por átomo, aprendido a combatir neurona a neurona el cerebro, la locura.
Somos contradictorios. Tomados individualmente del todo impredecibles pero, en agregados, nos comportamos al son de dictados tan irresistibles como las leyes físicas. No es de extrañar que prosiga la búsqueda de por qué somos como somos.
Es cierto que cada nuevo desafío agudiza la inteligencia. Así ocurrió con nuestros antepasados cuando tuvieron que abandonar la selva y adentrarse en al descubierto en la sabana africana. Pero mucho peor que cualquier sabana es convivir con el prójimo. El mayor desafío con el que se enfrentó el ser humano fue su manía de convivir con otros.
¿Cuántas veces hemos escuchado aquello de que somos seres sociables? Estoy segura de qué muchísimas pero alguna vez nos hemos preguntado por qué. ¿Por qué necesitamos la relación con los demás? ¿Por qué necesitamos intercambiar información constantemente? ¿Por qué nos empeñamos en utilizar el lenguaje en todo momento? El lenguaje nos confunde, las relaciones con los demás nos preocupan, nos estresan, nos agobian entonces ¿Por qué? La verdad: no lo se, por que... ¿cuántas veces he escuchado y dicho aquello de: hablando se entiende la gente? Pues creo que hablando la gente se entiende pero también se confunde y como somos seres sociables y necesitamos entendernos entre nosotros debemos asumir que el invento del lenguaje tiene fallos y alguna pieza no está bien colocada. Pero lo cierto es que me encanta confundirme, preocuparme, agobiarme...
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